Mostrando entradas con la etiqueta control peso. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta control peso. Mostrar todas las entradas

miércoles, 19 de febrero de 2014

Modelos autómatas en la Madrid Fashion Week

He tenido la oportunidad de trabajar en la Madrid Fashion Week 2014 y estar entre bambalinas te hace comprender las sombras del mundillo de la moda. No es casualidad que en el desfile de Aristocracy la puesta en escena fuera espectacular pero las modelos que lo protagonizaban pareciera autómatas. Quizá formara parte de ese espectáculo de ambientación futurista. Las modelos no sonreían y contemplaban la escena de una forma distante mientras paseaban su delgadez por la pasarela. Delgadez que fue motivo de murmullos entre los asistentes a pesar de los recientes esfuerzos de la organización por vigilar el peso de las maniquíes.

Horas antes a este evento me ocurrió una anécdota que me va a resultar difícil de olvidar. En el baño del backstage, al que solo tienen acceso personas autorizadas, escuché como alguien daba arcadas hasta provocarse el vómito. Conozco las consecuencias que tiene la cultura de la delgadez en las mentes más influenciables y el suceso me recordó la rabia que me da sus efectos. También me recordó un texto que escribí hace un par de años y que considero que tiene bastante que ver con el tema de este post.


SUPERFICIES REFLECTANTES

Odiaba los espejos, el  éxito  y  la publicidad gustosa de deslumbrar con  finas modelos luciendo carne y huesos. Para ella no eran sino un recordatorio de su imperfección. Se contemplaba en ellos con el mismo sufrimiento y tanto su reflejo como el de la chica “photoshopeada” le devolvían la mirada mofándose de ella. “No vales, no eres suficiente”. Cuando eso ocurría se palpaba el vientre, las caderas, los brazos…con un par de lágrimas asomando por sus ojos.

Así todos los días.

La única forma de vencer esa eterna guasa era meterse el índice y el anular en la boca y postrarse ante la evidencia de su debilidad. Cuando lo hacía se sentía mal físicamente pero libre en su mente. Había derrotado por unos minutos a los reflejos burlones. Cuando el malestar retornaba, vuelta a empezar. Aquello no era independencia sino esclavitud; subordinación a la peor faceta de ella misma, la más tóxica de todas.

Así todos los días.

Una mañana decidió que no quería volverse a mirar en ningún espejo. Miró frente  a frente a la gemela que le contemplaba al otro lado del cristal. La golpeó y pataleó varias veces hasta que el cristal comenzó a resquebrajarse. Con el golpe de gracia, mil fragmentos de ella volaron y se  esparcieron por el suelos. En uno de esos trocitos-el que coincidía con sus ojos- encontró la muerte. Había decidido asesinar a su parte tóxica de la única forma que conocía: cayendo con ella.